Según datos del informe sobre las Cifras del Cáncer en España 2017 realizado por la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), el cáncer de próstata es el tipo de tumor más frecuente de la población masculina. Además, se estima que la probabilidad de desarrollar un cáncer de próstata es del 1% en varones de edades comprendidas entre los 50 y los 59 años, cifra que va ascendiendo con el paso de los años hasta llegar a superar el 14% en varones de entre 80 y 84 años.
Sin embargo, la probabilidad de que un varón de 50 años tenga células malignas en la próstata es de un 40% y, de que fallezca por ello, de un 3%. Esta disparidad de cifras significa que no todos los pacientes con células malignas en su próstata van a desarrollar un cáncer de próstata, pero sí es importante el estudio y seguimiento de los varones a partir de los 50 años para adecuar mejor el tratamiento a cada uno de ellos.
El cáncer de próstata es aquel que se produce a raíz de la formación de células cancerosas en los tejidos de la próstata, la glándula masculina por excelencia, y con un papel clave en la buena función de los espermatozoides.
Se desconocen sus causas; sin embargo, existen algunos factores de riesgo por los que las probabilidades de padecer cáncer de próstata aumentan, tales como: tener más de 50 años, ser de raza negra, tener antecedentes familiares –padre, hermano- de tumor en la próstata, tener mutaciones genéticas hereditarias como las de los genes RNASEL o BRCA1 y 2, así como mutaciones genéticas adquiridas, entre otros.
Tratamiento del cáncer de próstata
El cáncer de próstata es muy difícil de detectar, ya que es asintomático en sus inicios y únicamente es posible descubrir su existencia en las revisiones urológicas anuales. Por eso la prevención en este caso es fundamental, para comenzar con su tratamiento lo antes posible, ya que cuando dé síntomas posiblemente sea tarde.
Tras el diagnóstico del tumor en la próstata, se procede a su tratamiento. Este se puede llevar a cabo, en función del estadio del mismo, a través de una cirugía, generalmente por laparoscopia o robótica, en la que se extirpa toda la próstata y las vesículas seminales para evitar que las células cancerígenas se propaguen y afecten a otros órganos, a través de la sangre o el sistema linfático (ganglios).
También se pueden llevar a cabo otros tratamientos, como la radioterapia en sus dos modalidades: 1) braquiterapia (implante de semillas radioactivas en el interior de la próstata) y 2) radioterapia externa (indicada en estadios avanzados o como tratamiento adyuvante); y la terapia hormonal, que impide que los testículos produzcan testosterona, activador por excelencia de las células cancerígenas. Solo en casos muy avanzados es necesario recurrir a la quimioterapia. La inmunoterapia (vacunas) en la actualidad aún no tiene aplicación clínica, ya que aún está dentro del ámbito de los ensayos clínicos.
Todos los tratamientos anteriores son combinables y, en ocasiones, se requiere de la acción mixta de dos o más de ellos.
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